martes

Pasadas 72 horas...

Pasadas estas 72 horas recién el alma me vuelve al cuerpo. Desde la hora cero del terremoto, entre la oscuridad y el nerviosismo (interesante palabra es “nervio-sismo”); la angustia y el pavor general. Yo y 16 millones de personas rogábamos que esto sólo fuera una pesadilla y que pudieramos despertar de ella lo más pronto posible. Pero fue una realidad. Con el correr de las horas, nuestra larga y angosta fajita de tierra se volvió un amasijo de miedo, llamadas infructuosas para contactar a los seres queridos, edificios en el suelo, desaparecidos y muertos. Y el mar “que tranquilo” nos baña, rugió entrando en el continente volcando su furia sobre todo lo que halló a su paso.

En resumen: el caos.

El caos en el exterior y en el interior de cuerpos y almas. Y yo, a más de 300 kilómetros de casa, con la angustia de querer saber de mis seres queridos, tuve que soportar el embate de esta tierra movediza y sísmica teniendo que hacerme cargo de muchos extranjeros que jamás habían sentido la tierra moverse como papel y sonando como si se resquebrajara. Sentí que hice algo. Me sentí tan útil como quienes se han estado dedicando a la búsqueda, rescate y seguridad de las personas que han sufrido de este embate de la naturaleza. Sé que no es la gran cosa, pero me hace sentir bien.

Las horas corrieron, las noticias se hicieron cada vez más y más y de repente nos daríamos cuenta de que no sólo era una pesadilla, sino una realidad dolorosa. La muerte y la desesperación galopaban por el centro sur del país. Y el corazón de muchos se apretaba cada vez más. Y más los de aquellos de tenían sus casas y sus ánimos por el suelo. Muchos aún no se contactan con sus seres queridos. Muchos también están pasando por el dolor de haberlos perdido. Y yo, pasadas estas 72 horas, me quedo con el alma en paz: mi familia está viva, sana y salva.