viernes

Nínive (o cómo la memoria hace que escribas)

Los escucho. Un discurso para una galería atenta a escuchar el dolor emanante del pecho. Pero, siento que el discurso es vacío. Se vocifera, se grita, pero no hay una necesidad de una contestación, una respuesta. Está gritando de la corniza que se quiere tirar del décimo piso y que no hay nada para detenerlo y en el mero fondo quiere un abrazo cálido y un cariño de la mamá. "¡Arrepentíos, incrédulos! ¡Arrepentíos, que el mundo está al borde del precipicio!" se escucha por las calles atiborradas de gente y la gente se hace la sorda y el suicida sigue cacareando como si saludara al sol y le hirviera la sangre porque la suya salpicara al resto y los marcara, los hiciera culpables de que tenga el alma partida, los bolsillos vacios, la vida desecha.